jueves, 10 de septiembre de 2009

Cuarteto D. 810 de Schubert: "La Muerte y la Doncella"

No me siento con ánimo para explicar cómo desde el principio de los tiempos el ser humano ha buscado un cierto significado, mágico en un principio, pero muy diverso después, en el hecho de emitir sonidos y melodías. Dado que la Música lleva acompañando al hombre desde que éste existe, es un período demasiado largo como para tratarlo extensamente en una publicación tan breve como ésta. De forma que, con su permiso, me limitaré a un recorrido muy a mi manera: en absoluto desorden cronológico o musical, deteniéndonos sólo en aquellos ejemplos concretos que considere necesarios.


Y es que la Música posee obras secretasy escondidas, de una calidad tan suprema que apenas se revelan al gran público. Músicas que jamás hemos oído y que no supondríamos oír nunca. Composiciones que se salen de lo común, de los grandes hits que estamos cansados de oír, y que, si bien son menos conocidas, merecen ser rescatadas. Sólo advertiré, al que quiera acompañarme en este periplo, que hay personas que se aficionaron a la llamada "música clásica" gracias a ellas.

Precisamente, dado mi carácter decimonónico, hoy me gustaría presentarles a la que considero una composición clave en la música romántica de principios de siglo, pero que fue algo desconocida en su tiempo, por no decir que hasta entrado el sigl XX no gozó de todo el prestigio que se merece: La Muerte y la doncella. Antes de nada, una bibliografía rápida e insulsa sobre el compositor. Si quieren saber más, búsquenlo por ahí (mi función es despertar su curiosidad, no dárselo todo hecho. Sería aburrido).

La vida de Franz Schubert, como la de tantos compositores y artistas románticos, está tildada de tragedia. Schubert nació en la capital de la música europea durante su tiempo, Viena, en 1797. Viena, esa ciudad que hoy vive del cuento y en la que no hay top mantas, sino negros con pelucas y casacas vendiendo discos, debe su herencia a que albergó a algunos de los músicos más importantes durante su tiempo del panorama europeo. Para Schubert, el indiscutible maestro europeo era Beethoven.

Schubert pasó una infancia complicada, su familia era muy humilde y su padre tenía que alimentar a trece hijos con su mísero sueldo. Fue su profesor de música quien primero se percató de que las aptitudes musicales del chico no eran normales. En los años sucesivos, gracias a una beca, pudo formar parte de una orquesta municipal y recibir clases de Antonio Salieri. A los catorce años, empezó a componer sinfonías (catorce años, retengan el dato) y Lieder, canciones para voz y piano basadas en textos o poemas (voz y piano, los textos pueden ser filosóficos o poéticos, retengan el dato… dos datos a retener ya, ¿eh?, y la hora que es…). Sin embargo su padre no estaba de acuerdo con que su hijo se dedicara a la música, y tras una discusión, Schubert abandonó la casa paterna.

A partir de entonces comenzó el vagabundear por los domicilios de sus amigos. La música no daba para vivir, y vivía de la caridad de aquellos que querían acogerlo en su casa. Desesperado interiormente porque no conseguía estrenar ninguna de sus composiciones y vivía constantemente a la sombra de su ídolo Beethoven, comenzó a llevar una vida bohemia que condujo (como suele conducir el pasarse de listo por las tabernas de Viena) a contraer la sífilis. Precisamente hacia el final de su vida fue cuando compuso sus obras más intensas. Pero no quiero aburrirles con nombres. De hecho, no quiero aburrirles más. Schubert murió de fiebre tifoidea en 1828, en una cama ajena, sin haber conseguido estrenar ninguna de sus óperas, pobre y desesperado por no haber conocido nunca en vida a su héroe Beethoven. Acababa de matricularse para estudiar fuga, en un último desesperado intento de conocer al maestro, pero no pudo cumplir su sueño. Murió con 31 años.

Pero el mal ya estaba hecho. Sus partituras se rescataron tras su muerte. Una pena que su éxito haya sido póstumo, porque representan un claro ejemplo de lo que era el Romanticismo en la época, basado en la inspiración y la lírica. El cuarteto nº 14 en re mayor (D. 810, en caso de que lo quieran buscar por ahí), La Muerte y la doncella, fue divulgado en pleno siglo XX por David Oistrakh, un violinista del que hablaré algún día. El tema central, como podrán ver, es el de una doncella moribunda que intenta enfrentarse a la muerte ante la inminencia de su fin. Podemos establecer un paralelismo entre esto y la situación de Schubert, sifilítico, perdido y sin amigos, probablemente deseando morir cuanto antes para ahorrarse sufrimiento.













Es música clásica, probablemente no os guste, pero no pasa nada por intentar emocionarse con ella. Perdón por la fragmentación, es la mejor versión (cuarteto Alban Berg) que he visto en la web.

Buenas noches, etc.

Edward Blunt.

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